Carmen Picazo, Úrsula López Fuentes, David Muñoz Zapata y Alejandro Ruiz,
diputados de Ciudadanos en las Cortes de Castilla-La Mancha
Dijo Adolfo Suárez que la vida siempre da dos opciones, la cómoda y la difícil, y que escogiendo la difícil uno se asegura de que no ha sido la comodidad la que ha elegido por él. Cuando Ciudadanos nació -precisamente estos días se cumplen quince años- eligió el camino difícil: representar la moderación, la concordia y el pragmatismo en el país de los garrotazos de Goya. Tal es la actitud de este partido, su talante y su vocación, y así queda reflejado en el balance del primer año de la formación naranja en las Cortes de Castilla-La Mancha, doce meses que han tenido un denominador común en lo que se refiere a la línea seguida por nuestro grupo parlamentario: la política útil.
Ciudadanos está representado por un equipo de cuatro diputados cuyas biografías personales y profesionales calcan el perfil de esas clases medias a las que apelamos con las palabras y, sobre todo, con la política: autónomos, profesionales liberales, docentes, médicos, estudiantes, familias. Padres y madres. Acaso por eso asumimos con naturalidad que la discrepancia no es un obstáculo para el entendimiento sino, muy al contrario, una oportunidad para sumar desde la legítima diferencia y, en todo caso, el síntoma de la salud democrática de nuestra sociedad: el espacio compartido entre ciudadanos distintos que se respetan pese a no estar de acuerdo en todo.
Esta visión de la sociedad como un ágora y no como un campo de batalla facilita mucho las cosas cuando, de pronto, los cimientos de la normalidad se resquebrajan y toca arrimar el hombro. El impacto sanitario y económico del coronavirus ha puesto a toda la sociedad ante el espejo de su responsabilidad. Y la ciudadanía castellanomanchega, como la de toda España, ha respondido con creces, ejemplar en su compromiso colectivo, su estoicismo y su generosidad. Con nuestros sanitarios al frente de un gran ejército cívico integrado por los profesionales de las residencias de mayores, los trabajadores de los supermercados, los transportistas, taxistas, equipos de emergencias, voluntarios, Policía, Guardia Civil y en definitiva todos aquellos que han plantado cara al bicho en primera línea, arriesgando a veces su salud y llegando a entregar, en algunos casos, la propia vida. Ellos mejor que nadie saben que aquí el único enemigo se llama Covid-19.
Precisamente esa ejemplar talla de ciudadanía nos obliga a los políticos a dignificar el noble y bello oficio de la representación pública, tantas veces denostado, tan a menudo desacreditado. Estamos moralmente compelidos a ser sensibles con el dolor ajeno, eficaces en la gestión y respetuosos con los adversarios. Siempre, pero ahora con más razón. Porque la sociedad no puede soportar que, con la que está cayendo, los políticos seamos parte del problema y no de la solución. Demasiado dolor, demasiada incertidumbre, demasiado miedo como para que ahora nos andemos con remilgos a la hora de acordar entre distintos las grandes medidas. En la sanidad, en la economía, en el empleo, en la protección de los más vulnerables. Pasando de las buenas palabras a los buenos hechos.
Buenos hechos como el blindaje de una partida de 640 millones de euros para fortalecer las infraestructuras sanitarias y un plan que garantice el acopio suficiente de material sanitario y de protección para los profesionales de hospitales, centros de salud y residencias de mayores en caso de un rebrote. Buenos hechos como ayudar con incentivos económicos a las personas que reduzcan su jornada laboral para hacerse cargos de sus hijos o de sus mayores, promoviendo de verdad la conciliación laboral y familiar, especialmente en el caso de las mujeres que por desgracia se ven a menudo obligadas a elegir entre sus carreras profesionales y la crianza de sus hijos, sin duda un claro foco de desigualdad.
Buenos hechos como el Plan de Refuerzo Educativo para compensar el retraso por el parón de las clases, con becas para los alumnos con familiares directos afectados por el coronavirus. Buenos hechos como la agilización de las ayudas a agricultores y ganaderos o los incentivos a los jóvenes que empiecen a trabajar en el sector agrario. Buenos hechos como la promoción del comercio local, motor de desarrollo económico y empleo en tantos municipios de la región. Buenos hechos como el compromiso para que los Presupuestos Autonómicos de 2020 y 2021 pongan lo urgente por encima de lo importante. Buenos hechos como una comisión de estudio que examine la gestión sanitaria de la Junta y aporte luz. Para saber qué se hizo bien y qué se hizo mal. Para que los errores del pasado no se repitan en el futuro. Y para que, en su caso, se asuman las justas responsabilidades. Buenos hechos, en definitiva, para sentar las bases de la reconstrucción de Castilla-La Mancha. Un pacto histórico para una situación sin precedentes.
Pero antes del coronavirus, con sus acuerdos y desacordes, ya veníamos dando trigo, y no solo predicando. Con importantes iniciativas que afortunadamente han salido adelante, con el beneficio que ello implica para miles y miles de castellanomanchegos de distintos ámbitos: creación de una comisión para luchar contra la despoblación de las zonas rurales, Plan Estratégico para asegurar el olivar tradicional en la región, incremento del número de desfibriladores en lugares públicos, creación de un banco de leche materna, medidas de apoyo a las personas LGTBI del medio rural. Enmienda a la totalidad de los Presupuestos autonómicos planteando alternativas a la Junta para reducir la deuda pública, enmiendas introducidas en la Ley del Tercer Sector Social y en la Ley de Participación Ciudadana.
Hemos hecho posible el consenso en materia de financiación económica y de agua, ámbitos en los que el PSOE y el PP nunca se ponían de acuerdo, lo cual suponía un lastre para nuestra región. No hemos dudado en señalar comportamientos impropios de representantes públicos, como las ausencias continuadas en el Pleno por parte de Nuñez y Page, y no hemos entrado a la competición de insultos y enfrentamientos estériles que han protagonizado tantas veces PP y PSOE. Porque la denuncia constructiva es más efectiva si apareja la renuncia al juego sucio y la bronca improductiva. Representamos a los ciudadanos de una región que reclama dignidad y aspiramos a hacerlo ejerciendo la dignidad reclamada. Haciendo política útil. Y es que entre ser importantes y ser útiles preferimos ser útiles. Porque ser útiles -y hoy más que nunca- es lo más importante.