Debo empezar diciendo que soy celiaca desde hace algunos años, y me gustaría contar aquí algunas peculiaridades de nuestro día a día,  sin contar con los días de ‘celebración’ (bodas, bautizos, comuniones y demás eventos).

La celiaquía, para el que no lo sepa, es una intolerancia a una familia de proteínas que se encuentra en cereales de uso muy común (trigo, cebada, centeno, etc.) que normalmente conocemos como gluten y que afecta apróximadamente a algo más del 1 % de la población. He elegido este título porque muchas veces los celíacos tenemos que armarnos de paciencia para aguantar la incomprensión e ignorancia de algunas personas: dejemos una cosa clara, los celíacos somos intolerantes a determinados alimentos, no son moderneces, ni caprichos, no es una terapia new age ni tampoco queremos salirnos del mainstream, es una necesidad, necesitamos por cuestiones de salud ingerir alimentos sin gluten ( no sólo que nos lo contengan, sino que además, que no hayan estado en contacto con ellos, que esto es harina de otro costal).

Gema Montealegre

Para comenzar nos levantamos con la misma pereza que todo el mundo y nos enfrentamos al primer dilema: ¿qué desayunamos? Mientras que una persona que no sea celiaca puede elegir entre un amplio abanico de alimentos, nosotros tenemos una variedad bastante más restringida y algo más complicada de preparar. Así, mientras que la mayoría de la gente se calienta la leche y mete las tostadas en el tostador, por lo general a nosotros nos toca alargar este proceso, así, en mi caso: saco pan sin gluten del congelador, lo meto en el microondas para descongelarlo y luego en la tostadora para que se tueste, pero, ¡cuidado! porque si lo tuestas demasiado se queda muy duro y si lo tuestas poco se queda como si fuera chicle… Una vez que has dado con el punto de tostado, te das cuenta de que si tardas mucho en untarle la mantequilla y la mermelada cuando te lo vas a comer está… ¡como una piedra! Si os parece que lo de las tostadas es complicado siempre podéis probar la bollería sin gluten… todo lo “sin gluten” tiene su parte peculiar, así cuando introduces en la leche, por ejemplo, las magdalenas, éstas absorben la leche y ellas se mantienen tal cual, como si nada, no varían su textura, en el otro extremo, están las galletas que cuando las mojas en la leche son impermeables, no absorben nada de leche…Sin embargo, este no es mi mayor problema porque en casa siempre dispones de algo que puedes comer.

Empieza la jornada laboral y nos vamos a trabajar, si se te ha olvidado coger de casa algo para comer a media mañana tienes dos opciones: o te vas al bar o te vas a una máquina de vending. Si te vas al bar lo normal es pedirte un café, el cual suele ir acompañado de unas tostadas con tomate, aceite y sal (deliciosas) que no puedes tomar porque tienen glúten y en el bar no hay pan sin gluten. ¡No pasa nada! Hay otra opción que es la bollería industrial, deliciosa también, que yo tampoco puedo tomar y, por supuesto, el en el bar tampoco ofrecen bollería ‘especial’ para celíacos. Finalmente, está la opción del delicioso bocadillo de lomo con queso o de tortilla de patatas que sienta estupendamente bien a media mañana, pero que los celiacos sólo podemos ver como se lo comen otros.

Desechada la opción bar, probamos con la máquina de vending lo que aquí ocurre es que muchas veces no sabemos si el producto que queremos sacar de la máquina tiene glúten o no, con lo cual generalmente no solemos sacar ninguno, salvo que sea una marca que conozcamos, por no equivocarnos.

A la hora de comer si hemos vuelto a casa no hay mayor problema salvo porque cuando se cocina sin glúten los sabores y las texturas son distintos (y del pan mejor ni hablamos). Si comemos fuera de casa, de nuevo la oferta es muy reducida, mientras que de un menú normal se eligen entre 4 primeros y 4 segundos, un celíaco, en el mejor de los casos, podrá elegir entre 2 primeros y 2 segundos, en el peor de los casos tienen que comer de carta.

Es curioso además que a pesar de que la celiaquía es un tema clave para obtener el carné de manipulador de alimentos, la cantidad de veces que hay que repetir cuando se come fuera lo que es la celiaquía y lo que un celíaco puede o no puede comer. En mi caso, en una ocasión ha llegado a salir el cocinero a decirme los ingredientes que llevaba un plato para que yo les dijera si lo podía comer o no porque ellos no se querían mojar las manos.

Es común además que, por desconocimiento, que se produzcan contaminaciones cruzadas, es decir que alimentos con gluten estén en contacto con alimentos sin gluten. Esto puede ocurrir por ejemplo en la cocina, cuando la superficie de trabajo no se limpia de forma adecuada y tenía antes un alimento con gluten, o simplemente por costumbre, como por ejemplo cuando pides en una heladería una tarrina de helado y le colocan un barquillo en todo lo alto (a veces incluso se lo llevan, le quitan el barquillo y te devuelven la misma bola de helado contaminada…).

Salimos por la tarde a llenar la nevera: no sé si os habéis fijado en que los productos sin gluten son tremendamente caros, se ve que los celíacos además de intolerantes al gluten somos ricos. Así por ejemplo tenemos un 1 kg de harina a 4 euros, galletas María a más de 3 euros, el pan de molde entre 3 y 4 euros según el formato, la harina panificable (si no quieres comprar el pan y quieres adentrarte en el maravilloso mundo de las panificadoras) a 4 euros el k.  También, hay que ir revisando el etiquetado de todos los demás productos, aunque sean sin gluten, para estar seguros de que el productor nos certifica que efectivamente son ‘gluten free’ y no existe contaminación cruzada.

Y si queréis podemos terminar el día tomando una cerveza con los amigos en un bar. ¡Ah, espera no!… que los celíacos no podemos tomar cerveza, necesitamos encontrar un bar especial donde tengan cerveza sin gluten o bien elegir otra bebida… ¡Y ahora viene lo bueno!, el camarero nos mira y dice: ¿Qué queréis de tapa? Y ves como tus amigos se vuelven hacia ti (aunque ya están acostumbrados) con cara de resignación y te preguntan: y tú, ¿qué puedes tomar?.