38 doces de octubre celebrados en democracia bajo el paraguas de una Constitución que consiguió que los españoles miráramos al futuro juntos, que aparcáramos diferencias, porque nos dimos cuenta de que estábamos de acuerdo en lo fundamental; queríamos avanzar.
No ha sido éste un camino de rosas. Tuvimos tropiezos. Muy pronto, en el 81 pasamos la primera prueba de fuego cuando un teniente coronel de la Guardia Civil puso en peligro lo que, con la misma dificultad que determinación, estábamos construyendo.
Hace apenas diez días otro gran bache se abría ante nosotros. El gobierno de Cataluña declarado en rebeldía daba el penúltimo paso en su hoja de ruta para destrucción de nuestro proyecto común. Pero sucedió algo que no esperaban; el 8 de octubre la sociedad civil, silenciada en Cataluña durante décadas, por fin dijo basta. Y el resto de España, sus hermanos, sus compañeros de viaje, respondimos a su llamada de auxilio.
Muchos complejos se rompieron este 8 de octubre, y muchos se atrevieron por fin a decir la verdad; Que ser español es formar parte de un gran proyecto, con pasado, pero sobretodo con futuro. Un futuro que se llama Europa. Que unidos somos mejores y más fuertes. Que en el siglo XXI ya no caben ideologías disgregadoras y anacrónicas como los nacionalismos y los populismos, que pretenden parar el progreso de la sociedad porque no lo entienden.
A la crisis catalana se ha llegado por un mal que aquejaba, por desgracia, a la práctica totalidad de la clase política española; el alejamiento de la realidad, la cada vez más profunda brecha entre representantes y sus representados.
En Cataluña, el delirio nacionalista se contagió a la sociedad desde las élites políticas a través de las administraciones y los medios de comunicación públicos. Un cocimiento a fuego lento que ha estallado 30 años después.
Pero las comunidades autónomas que no somos permeables al relato nacionalista no hemos estado ni estamos a salvo del discurso diferenciador y de enfrentamiento que algunos de nuestros políticos se empeñan en sostener. Cuando en una de las sedes de nuestra soberanía como son las Cortes de Castilla-La Mancha se discute sobre temas que no parten de las preocupaciones y necesidades de los ciudadanos, y sólo se busca el enfrentamiento y no la solución, nuestra democracia se debilita.
Por eso hoy hago mío uno de los lemas que se escucharon en esa gran manifestación del 8 de octubre; “Recuperem el seny”, recuperemos en la clase política lo que nunca perdió la sociedad civil, el sentido común con el que los castellanomanchegos, todos los españoles, viven su día a día. Trabajemos por estar a su altura.
Feliz día de la Hispanidad.