Hace unos días se cumplía el aniversario del salvaje asesinato de Doña Ana Orantes, a manos de su esposo, un maltratador que la había sometido a años de vejaciones y torturas con el silencio cómplice de sus suegros. Ana moría sentada, atada a una silla, quemada viva y ante los ojos de uno de sus hijos.

Este desenlace no era el primero en la historia del maltrato en nuestro país, pero si marcó un punto de inflexión, un ‘espíritu de Ermua’ del maltrato que se mantiene vigente con altibajos, pero que no ha conseguido corregir o paliar el problema.

El maltrato existe desde la noche de los tiempos, desde que la prevalencia física del hombre sobre la mujer en la época de caza le indicó erróneamente su prevalencia intelectual. *Error tan grave como aquellos que piensan lo mismo por el color de su piel, estatus social, o lugar de nacimiento*. No conocemos aquellos datos, pero contando solamente con las cifras modernas nos damos cuenta de la magnitud del problema, comparable cuantitativamente al terrorismo, pero en cambio parece que el trato no es el mismo.

Alejandro Ruiz: secretario de Organización de Ciudadanos (Cs) Castilla-La Mancha

En primer lugar, la cifra no enseña el maltrato silencioso, la ‘luz de gas’, los episodios de celos que incluso repuntan entre los más jóvenes con intentos de control sobre los móviles, redes sociales, etc. Tampoco refleja el maltrato en aquellas personas que por su ambiente, situación económica o educación, o no pueden denunciar o entienden erróneamente que esto es normal y que lo tienen que padecer. Craso error. Solo tenemos una vida y ésta no puede estar sometida ni coartada por nadie. Razonamiento este difícil en un país que trataba a la mujer como un objeto subyugado al marido hasta los años 80.

En segundo lugar, la ausencia de medios y de soluciones. Corremos el peligro de normalizar el maltrato y la protesta: tenemos lazos, minutos de silencio, actos llenos de políticos y un piano de fondo, pero eso, aunque loable no hace que mañana no muera otra mujer. Necesitamos en primer lugar una política educativa seria, que eduque en valores y en igualdad (todavía escucho a gente joven y aparentemente progresista decir “yo ayudo a mi mujer: le pongo la lavadora, le tiendo la ropa…” ¿Acaso eso es cometido de ella por ley divina?); necesitamos protocolos de actuación conocidos y enseñados en las escuelas; necesitamos igualmente medios judiciales y policiales, siendo un éxito los juzgados especializados, pues este es un problema que, además de multidisciplinar, requiere especialización, es necesario dotarlos de medios para darles una respuesta rápida y efectiva, igual que a las FFCC de seguridad del Estado que hacen milagros para vigilar y proteger. Y a nivel penitenciario necesitamos una respuesta de trato que iguale la peligrosidad del agresor y su capacidad para incorporarse a la sociedad.

 

Finalmente, el 25 de noviembre no puede ser un día más en el calendario, debe desaparecer, y cada muerte por violencia machista nos recuerda que estamos fracasando, que “ni una más” no sea un slogan, sea un hecho, porque no podemos encarar un futuro desde la desigualdad, y esa es la idea germen del maltrato que debemos erradicar de una vez por todas.